Aunque sea incómodo admitirlo; pero la realidad nos obliga. Resulta que a quien ven leer un libro, lo consideran anticuado, viejito, pasado de onda.
Como que nos recuerda a los nueva oleros del rock y el twist.
Las nuevas generaciones solamente leen en pantallas pequeñas y frases cortas inclusive hasta han modificado el idioma con deformaciones como «xq», «Tkm», etc.y si ven un texto un poco extenso lo pasan por alto. ¿Se imaginan si estuvieran frente a «La Iliada» o «La Oidsea», peor aún ante los «Diálogos de Platón», o tal vez el gran «Quijote de la Mancha», etc. Los mismos editores (libreros) han reducido el volumen de las obras clásicas al tamaño «tipo bolsillo», una verdadera tragedia cultural que estamos viviendo y ya vemos a dónde nos está llevando lo que se llama MODERNIDAD.
De modo que muchas veces hasta resulta incómodo conversar con un profesional joven, si es ingeniero, habla de planos y proyectos, si es abogado, de los juicios y casos que defiende, si es médico, de tal o cual enfermedad o de sus pacientes, etc. Se acabaron las tertulias en las que daba gusto reunirse para platicar entre amigos, en las que cada quien daba a conocer los argumentos de sus conocimientos diversos; lecturas, de los grandes intelectuales, literatos, sabios, filósfos, científicos, etc.
¡Qué aburridas resultan estas reuniones con la modernidad de los nuevos profesionales!
De modo que aunque duro sea decirlo y mucho más reconocerlo, ya se construyó una muralla enorme que está separando a dos clases, sectores, generaciones o sociedades: los que leen y lo que no leen.
Los que se informan y los que analizan los informes. Los primeros, reciben todo, procesado como las píldoras y se las pasan sin saber el sabor, color ni olor y los otros, son los que primero observan, palpan, finalmente saborean. Ubíquese Ud. amigo lector, que el solo hecho de leer esta nota, ya lo hizo muy distinto a los masificados que se pasan las píldoras.
Nororientalmente...
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