Feliz de aquel que va camino al despeñadero creyendo que va a un parque de diversiones.
Esto es lo que está pasando en la humanidad. Algo similar a las épocas bíblicas cuando Noé pregonaba dia y noche la llegada de un gran diluvio y casi nadie le creyó.
Quienes estamos pendientes de las informaciones, vemos anuncios, por ejemplo de la NASA respecto a los peligros que acechan al planeta; de cómo en el casquete polar del Norte se está produciendo el desprendimiento de una enorme porción equivalente a dos tantos de la extensión de Perú y ese hielo empieza a derretirse perturbando los océanos y el clima del globo terráqueo. Desde hace un tiempo, en Perú, por ejemplo, todos los días se registran temblores que no alcanzan a los 6 grados, pero son movimientos telúricos inusuales. Los temporales lluviosos han roto los esquemas de las estaciones del año, con desbordes inusuales y catastróficos en todas las regiones. Los geólogos ya no saben qué nombre ponerles «el Niño», «la Niña»; etc.
Es decir, la descomposición superficial del planeta que habitamos, cada vez se acelera más y desde nuestra óptica nos atreveríamos a invocar: no más discordias ni enfrentamientos. No protagonicemos la escena de aquella fábula de las cabras que pelean en medio del puente y al final terminan en el precipicio. En otras palabras, no hay tiempo para discordias. No solamente lo decimos desde estas páginas, lo pregonan otros medios de mayor cobertura. Pero así somos los seres humanos, conocemos el mal, cuando ya está hecho y esto que se nos viene, ojalá no sea como los agoreros que están difundiendo que habrá un terremoto de 9 grados. Demasiado atrevido el anuncio; pero no imposible en un planeta que está enfilándose por la descomposición total.
Salvo mejor parecer,
Nororientalmente: EL DIRECTOR.
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