POCO A POCO, JAVIER DIEZ CANSECO SE ESTÁ YENDO
Por: César
Hildebrandt
No es pena lo que siento. Es
rabia.
Las últimas apariciones
públicas de este hombre mayúsculo tuvieron que ser destinadas a defenderse de
las acusaciones vertidas por lo peor de la prensa derechista.

La derecha se vengaba. Los
nacionalistas se vengaban. El fujimorismo se vengaba. Nadine Heredia era una
gran vengadora.
Así es el Perú
En esta revista hicimos una
investigación prolija sobre las acusaciones aparecidas originalmente en
"Correo" de Aldo Mariátegui. Eran basura. Resultaba que no había nada
consistente detrás de ellas. Nada sino veneno arácnido. Esa era quizá la última
condecoración simbólica que le faltaba a Javier Diez Canseco: ser lapidado por
matones de la prensa, ser expulsado de un congreso mugriento.
¡Te lo merecías Javier!
Nunca
te elevaste tanto como cuando el odio te mordió. Nunca fuiste mejor que hace
unos meses, defendiéndote de quienes querían tu asesinato mediático. Y era pura
envidia, querido Javier. Tu vida les recordaba su miseria moral; Tu elocuencia
les recordaba sus silencios; tu capacidad de indignación ante las injusticias
les recordaba sus complicidades y agachamientos. Tantos años de decencia tenías
que pagarlos. Porque en el Perú la decencia se paga. Y las chusmas
conservadoras se encargan de esa cobranza. O te calumnian, o te empapelan, o te
vocean en sus aquelarres a ver si así te embarran. Porque si todos se embarran,
ya no hay barro. Pudiste ser rico, Javier: abogadazo, jurisperito de
multinacionales. Elegiste ser modesto. Y alegre. Porque a ti la cumbia te va
bien y las chelas también y el goce puro del momento, de lo más bien. Pudiste
ser Robespierre pero preferiste ser un hombre fiero con la palabra y amable
-por lo general- con quienes no estaban a tu lado. Y no estábamos a tu lado en
muchos casos. Jamás pude entender por qué un hombre tan apegado a los fueros
del libre albedrío avaló siempre la dictadura cubana, que para mí es el
socialismo contado por George Orwell. O por qué tenías aliados tan falsos y
esperanzas tan ingenuas. Pero siempre hemos dicho y diremos que has sido un
hombre ejemplar, coherente, indoblegable. Un hombre, en suma. Una lección
viviente de armonía entre la palabra y acto. Un extraño ejemplar en un país
plagado de impostores.
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