Para los que viven en la
gran Capital, con regímenes de vida amoldados a la rutina del trabajo diario y
fines de semana libres incluyendo feriados, no hay otra distracción que ver
pasar tropas, tanques de guerra, vehículos motorizados, los saludos
protocolares de rigor, así como las anecdóticas escenas, los robos y los
asaltos cuando termina el desfile, los accidentes y los apretujones morbosos para que lleguen de retorno a sus
destinos en la periferie capitalina, etc.
Es la rutina, la costumbre de todos los tiempos, lo que difiere mucho de
nuestros lugares, donde según pudimos apreciar, fueron muy pocas familias las
que se «prendieron» de las pantallas de sus televisores para mirar MÁS DE LO
MISMO de todos los años. Como que todo cansa y más aún, si por esta parte
del país no cambia nada, nada tiene
sentido ni atracción.
Los ánimos se enfriaron más desde el año
pasado, cuando el desánimo y la decepción quedaron en evidencia por el desvío
definitivo de lo que este gobernante llamó «HOJA DE RUTA», totalmente torcida y
férreamente ligada al capitalismo nacionalista, representado por los dueños del
PODER REAL con su capataz ministro de Economía que nos mantienen al filo de la
consuetudinaria miseria, principalmente a las poblaciones marginales de las
inmensas zonas rurales que son mayoría en el país. ¿Qué atractivo y qué
espectáculo puede tener cabida cuando los estómagos están vacíos y las mentes
llenas de preocupaciones por las cargas familiares, las deudas, etc.?
Con gobernantes como éstos, lamentablemente,
el patriotismo entusiasta de otros tiempos, poco a poco se va extinguiendo y
nos vamos quedando como petrificados espectadores de una realidad aniquilante
no solamente de nuestra economía, también de todo sentimiento patriótico que
nos haga recordar que somos peruanos.
Salvo mejor
parecer...
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