Familiares llegaron, pero llevar lo que supuestamente dejaba
La semana pasada nos ocupamos de lo que
consideramos más importante en sus
últimos días y dejamos para esta edición algo que me ha tenido embargado el
pensamiento, meditando y cavilando todos
los días:
Primero : ¿Cómo es que presintió su
muerte seis días antes y me llamó para dejarme esos encargos «bajo juramento»?
¿Qué le dijeron en su última cita médica en Chiclayo? ¿Porqué no quiso comer
aduciendo no tener apetito? ¿Porqué no quiso que se le avise a sus familiares
si no «hasta después de cuatro días de estar sepultado»?
Segundo : tal vez encuentre
respuesta en los libros y autores que leía «Atrapado sin salida», de Ken Kesy; «El Peregrino Secreto» de John
Le Carré, «Traficantes del Dinero»,
entre otras tantas obras, sin dejar «Mi Lucha» de Adolfo Hitler entre otros.
Victorino Tasayco se caracterizó por su
extrema sencillez, y su excesivo sentido humanitario, muy parco (de poco
halar), muy serio, pocas veces se reía. Su filosofía de vida estaba trazada,
cuando decía, «vivir para servir». Su modo de vida era casi como la de un
profeta moderno, sin lujos ni comodidades, nunca quiso sustituir su maquinita
de escribir antigua por una computadora. Tampoco quiso usar un televisor que le
obsequiaron por su cumpleaños. Un simple escritorio pequeño y unas mesitas, dos
estantes y unas sillas (dos prestadas de un amigo) era todo su mueblería. Su
dormitorio, muy humilde, pero en orden y con mucha limpieza, al que solamente
le permitía ingresar a este su servidor y amigo.
Tercero: no era de muchos amigos,
solamente dos a tres, el resto eran sus clientes, tampoco inclinado a las
juergas, una o dos veces al año y con sus dos o tres amigos, nada más. Tampoco
inclinado al placer sexual. contó que tuvo un compromiso en Chiclayo y siempre
lo recordaba con desdén. No tuvo hijos y
nunca más se volvió a comprometer.
Cuarto: una vez que recibí su
encargo y su salud empezó a quebrantarse, no hubo tiempo para revisar lo que
dijo que dejaba. Por su seriedad, le creí todo, pero también le participó al
dueño de la vivienda que alquilaba haciéndole saber que le encargaba todo a su
amigo Alejandro. Absorbido por su enfermedad, con apoyo de un vecino suyo y
otros amigos tuvimos que velar por él hasta su final que duró seis días. Un día
antes hubo que quebrar la promesa y llamar a su hermana, Felícita que vino con
su esposo y su sobrino.
Quinto : dos enormes rumas de expedientes
quedaron y fue necesario clasificarlos para registrarlos y devolverlos a los
interesados previa firma de un cargo. De esos clientes o patrocinados, que
hasta hoy siguen llegando, recién me enteré en forma directa cómo se comportaba
con ellos, «nunca les exigió pago adelantado, ni exagerado», dos o tres señoras
lloraron desconsoladamente su partida, hasta lo consideraron «un santo» y a él
«deberían canonizarlo». Dijeron y las pruebas
quedaron allí en sus talonarios de recibos por honorarios.
El gran fiasco de sus familiares
Por la actitud que mostraron, me dio la
impresión que no llegaron por ver a Victorino, si no por llevarse lo que
supuestamente creían que tenía y lo voy a describir, tal como lo ví:
Mientras alistaban el cadáver para llevárselo
a su tierra natal, fueron a su vivienda, allí les narré todo lo que me dijo el
finado. Les entregué su tarjeta Multired, una escritura pública de división y
partición de bienes que le tocaba tres lotes como herencia de su papá. Lo
primero que hizo el sobrino César Yataco Tasayco, fue separar libros, entre
estos una biblia ilustrada grande, códigos y otros que los amontonó en el
escritorio diciendo «esto me lo llevo», seguía rebuscando hasta que se tropezó
con un talonario de recibos por honorarios y vio lo que cobraba: 150 soles, 30
soles, 70 soles...etc. «Pesetero ha sido mi tío». Dijo; mientras tanto los
otros dos, ingresaban a su dormitorio, su hermana me preguntó «¿Aquí dormía mi
hermano?» ...Sí señora. Le respondí...»No puede ser»...decía, al mismo tiempo
que seguía buscando y rebuscando sus pertenencias, me preguntaron por su
señora, sus hijos, su casa, su terreno, que como se sabe, nunca adquirió nada,
ni tuvo mujer, menos hijos. Cogieron su ropa, un maletín del finado y allí
empezaron a llenarlo hundiéndolo y apretándolo para que entre todo lo que
podían. Como no alcanzó en el maletín, cogieron una sábana la pusieron sobre la
cama y allí amontonaron hasta sus zapatos viejos y lo hicieron paquetes, que al
no poder llevarlos, quedamos en el compromiso de enviarlo por agencia; pero
allí no paró la rebusca, el sobrino Yataco Tasayco (foto de la derecha), abría
libros, los sacudía para ver si había dinero, abría cajones del escritorio, de
los estantes, etc. preguntando si no ha dejado
joyas, que quienes lo conocimos vimos que nunca usó ni siquiera un
sortija, apenas su vetusto reloj que de
inmediato lo echó a su bolsillo, hasta levantaron el colchón para ver si por
allí había algo guardado. Es decir, tuve la impresión de estar viendo a
saqueadores delincuentes que llegaron para llevar lo que encontraron. Ni
siquiera preguntaron por las deudas que dejaba por su enfermedad, fueron hasta
la señora que le lava su ropa para sacar lo que había mandado lavar, etc. Era
un cuadro repulsivo y condenable ver de cómo, en más de 20 años, como le dijo
la dueña de la casa, «nunca se acordaron de él, ni vinieron a visitarlo» y
ahora llegaban para barrer con todo.
Tres días después, llamadas insistentes para
que se le dé la llave a un vecino malandrín que por interés se acercó a
auxiliar al finado y fue el primero en llevarse dos códigos, por quien en
cierta ocasión me dijo «a este no le encargaría ni una bolsa de alacranes...».
Este pedía se le dé la llave para que disponga de lo que dejaba, que como se ha
dicho, eran libros de su especialidad, muchos, pero ya casi obsoletos, pero
eran sus reliquias del finado que para él tenían mucho valor.
El colmo
El sobrino del finado Tco.PNP Yataco Tasayco
envió a una señora haciéndola pasar por «familiar» y que a ella le den todo lo
que quedaba. Efectivamente, la dueña de la casa de buena fe optó por entregar
sus cositas finales; pero al momento de firmar el cargo, confesó que sólo era una encargada y no familia, de nombre OLINDA DEL CARMEN VASQUEZ LOPEZ,
llegó impetuosa preguntando por la
computadora del finado y el juego de muebles, preguntas que ofendieron a la
dueña de casa, resultando que al final, no tuvo ningún parentesco y confesó que
sólo cumplía un encargo del sobrino de Victorino. Se llevó 4 sacos llenos. Pregunta final: ¿Será por eso que
recomendó que no le avisen a sus familiares?...