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jueves, 21 de noviembre de 2013

Increíble existencia y muerte del Dr. Victorino Tasayco Tasayco

Familiares llegaron, pero  llevar lo que supuestamente dejaba

  La semana pasada nos ocupamos de lo que consideramos  más importante en sus últimos días y dejamos para esta edición algo que me ha tenido embargado el pensamiento,  meditando y cavilando todos los días:

Primero : ¿Cómo es que presintió su muerte seis días antes y me llamó para dejarme esos encargos «bajo juramento»? ¿Qué le dijeron en su última cita médica en Chiclayo? ¿Porqué no quiso comer aduciendo no tener apetito? ¿Porqué no quiso que se le avise a sus familiares si no «hasta después de cuatro días de estar sepultado»?

Segundo : tal vez encuentre respuesta en los libros y autores que leía «Atrapado sin salida», de  Ken Kesy; «El Peregrino Secreto» de John Le  Carré, «Traficantes del Dinero», entre otras tantas obras, sin dejar «Mi Lucha» de Adolfo Hitler entre otros.
 Victorino Tasayco se caracterizó por su extrema sencillez, y su excesivo sentido humanitario, muy parco (de poco halar), muy serio, pocas veces se reía. Su filosofía de vida estaba trazada, cuando decía, «vivir para servir». Su modo de vida era casi como la de un profeta moderno, sin lujos ni comodidades, nunca quiso sustituir su maquinita de escribir antigua por una computadora. Tampoco quiso usar un televisor que le obsequiaron por su cumpleaños. Un simple escritorio pequeño y unas mesitas, dos estantes y unas sillas (dos prestadas de un amigo) era todo su mueblería. Su dormitorio, muy humilde, pero en orden y con mucha limpieza, al que solamente le permitía ingresar a este su servidor y amigo.

Tercero: no era de muchos amigos, solamente dos a tres, el resto eran sus clientes, tampoco inclinado a las juergas, una o dos veces al año y con sus dos o tres amigos, nada más. Tampoco inclinado al placer sexual. contó que tuvo un compromiso en Chiclayo y siempre lo recordaba con desdén. No tuvo hijos y  nunca más se volvió a comprometer.

Cuarto: una vez que recibí su encargo y su salud empezó a quebrantarse, no hubo tiempo para revisar lo que dijo que dejaba. Por su seriedad, le creí todo, pero también le participó al dueño de la vivienda que alquilaba haciéndole saber que le encargaba todo a su amigo Alejandro. Absorbido por su enfermedad, con apoyo de un vecino suyo y otros amigos tuvimos que velar por él hasta su final que duró seis días. Un día antes hubo que quebrar la promesa y llamar a su hermana, Felícita que vino con su esposo y su sobrino.

Quinto : dos enormes rumas de expedientes quedaron y fue necesario clasificarlos para registrarlos y devolverlos a los interesados previa firma de un cargo. De esos clientes o patrocinados, que hasta hoy siguen llegando, recién me enteré en forma directa cómo se comportaba con ellos, «nunca les exigió pago adelantado, ni exagerado», dos o tres señoras lloraron desconsoladamente su partida, hasta lo consideraron «un santo» y a él «deberían canonizarlo». Dijeron y las pruebas  quedaron allí en sus talonarios de recibos por honorarios.

El gran fiasco de sus familiares

  Por la actitud que mostraron, me dio la impresión que no llegaron por ver a Victorino, si no por llevarse lo que supuestamente creían que tenía y lo voy a describir, tal como lo ví:

 Mientras alistaban el cadáver para llevárselo a su tierra natal, fueron a su vivienda, allí les narré todo lo que me dijo el finado. Les entregué su tarjeta Multired, una escritura pública de división y partición de bienes que le tocaba tres lotes como herencia de su papá. Lo primero que hizo el sobrino César Yataco Tasayco, fue separar libros, entre estos una biblia ilustrada grande, códigos y otros que los amontonó en el escritorio diciendo «esto me lo llevo», seguía rebuscando hasta que se tropezó con un talonario de recibos por honorarios y vio lo que cobraba: 150 soles, 30 soles, 70 soles...etc. «Pesetero ha sido mi tío». Dijo; mientras tanto los otros dos, ingresaban a su dormitorio, su hermana me preguntó «¿Aquí dormía mi hermano?» ...Sí señora. Le respondí...»No puede ser»...decía, al mismo tiempo que seguía buscando y rebuscando sus pertenencias, me preguntaron por su señora, sus hijos, su casa, su terreno, que como se sabe, nunca adquirió nada, ni tuvo mujer, menos hijos. Cogieron su ropa, un maletín del finado y allí empezaron a llenarlo hundiéndolo y apretándolo para que entre todo lo que podían. Como no alcanzó en el maletín, cogieron una sábana la pusieron sobre la cama y allí amontonaron hasta sus zapatos viejos y lo hicieron paquetes, que al no poder llevarlos, quedamos en el compromiso de enviarlo por agencia; pero allí no paró la rebusca, el sobrino Yataco Tasayco (foto de la derecha), abría libros, los sacudía para ver si había dinero, abría cajones del escritorio, de los estantes, etc. preguntando si no ha dejado  joyas, que quienes lo conocimos vimos que nunca usó ni siquiera un sortija, apenas su vetusto reloj que  de inmediato lo echó a su bolsillo, hasta levantaron el colchón para ver si por allí había algo guardado. Es decir, tuve la impresión de estar viendo a saqueadores delincuentes que llegaron para llevar lo que encontraron. Ni siquiera preguntaron por las deudas que dejaba por su enfermedad, fueron hasta la señora que le lava su ropa para sacar lo que había mandado lavar, etc. Era un cuadro repulsivo y condenable ver de cómo, en más de 20 años, como le dijo la dueña de la casa, «nunca se acordaron de él, ni vinieron a visitarlo» y ahora llegaban para barrer con todo.
  Tres días después, llamadas insistentes para que se le dé la llave a un vecino malandrín que por interés se acercó a auxiliar al finado y fue el primero en llevarse dos códigos, por quien en cierta ocasión me dijo «a este no le encargaría ni una bolsa de alacranes...». Este pedía se le dé la llave para que disponga de lo que dejaba, que como se ha dicho, eran libros de su especialidad, muchos, pero ya casi obsoletos, pero eran sus reliquias del finado que para él tenían mucho valor.

El colmo


  El sobrino del finado Tco.PNP Yataco Tasayco envió a una señora haciéndola pasar por «familiar» y que a ella le den todo lo que quedaba. Efectivamente, la dueña de la casa de buena fe optó por entregar sus cositas finales; pero al momento de firmar el cargo, confesó que  sólo era una encargada y no familia,  de nombre OLINDA DEL CARMEN VASQUEZ LOPEZ, llegó impetuosa  preguntando por la computadora del finado y el juego de muebles, preguntas que ofendieron a la dueña de casa, resultando que al final, no tuvo ningún parentesco y confesó que sólo cumplía un encargo del sobrino de Victorino. Se llevó 4 sacos llenos.  Pregunta final: ¿Será  por eso que  recomendó que no le avisen a sus familiares?...

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