La de fiesteros a los peruanos y al mundo entero, nadie nos lo
quita, ni siquiera los anuncios de la llegada del fin del mundo. Es algo así
como que, «hay que tomar para olvidar las penas»: si me fue buen, celebro y
hago lo mismo si estoy hasta el cogote.
Nos interesa el vecindario de esta parte del
país, de quienes conocemos muy de cerca sus problemas y también sus lados
buenos de prosperidad. Los más alegres son los primeros, esos cuyos precios de
las cosechas de sus fincas de café bajaron hasta lo insospechable, pero
celebraron como que fuera lo contrario, de aquellos, cuyos negocios decayeron y
están con notificaciones de embargo por parte de las cajas rurales y bancos a
los que deben, pero también festejaron, inclusive el campesino obrero sin
trabajo fijo y que hoy gana 30 y mañana y por la noche gasta 50, también
festejó.
Todo esto, por efectos de una poderosa
aplanadora que como enorme avalancha de esas que produce un gigantesco
tsunami, arrastra por la PUBLICIDAD,
capaces de llegar hasta el delito o la prostitución, con tal de tener dinero
para festejar. A todo esto, no lo cambia ni un cataclismo, como se supone fue
el diluvio universal de los tiempos bíblicos.
Muy preocupante para quienes estamos en el
torreón imaginario de la observación constante viendo cómo se acelera el fin,
no del mundo, si no de la humanidad, tanto que ya ni siquiera nos anima la
curiosidad de indagar en los hospitales la cantidad de heridos que llegan las
madrugadas de estos festejos o en las comisarías la cantidad de denuncias que
se registran por los excesos que se producen. Mucho peor en el campo de los
accidentes de tránsito, muertos y heridos, rogando que en esos, no caiga alguno
de nuestros familiares.
Pero lo que el tsunami publicitario no dice,
no anuncia ni pregona es: ¿QUIENES SON LOS QUE MÁS SE BENEFICIAN CON ESTOS
FESTEJOS? Mientras que un niño acaricia un juguetito, un adulto un regalito de
sus familiares y se lo cuentan a todos los de su entorno lo que el imaginario papá Noel les trajo, las grandes
empresas cerveceras y licoreras, como la Backus en Perú, por ejemplo, esas, no
dicen nada. Los presidentes Piñera de Chile y Ollanta de Perú, prefieren dejar
para que litigue la prensa el diferendo limítrofe en nuestro mar, porque ahora
ese es un problema de tercer orden, el más importante es no lastimar las buenas
relaciones comerciales que ni siquiera favorecen a nuestro país, si no a Chile
por la millonada que tiene invertida aquí,en sus megatiendas Ripley, Saga y
otras tantas, que también llenaron sus arcas a puertas abiertas con el torrente
publicitario de estos días.
Un cálculo a ojo de buen cubero, si nos
habríamos ubicado en el Cruce de Chamaya para contar las trailadas de
cerveza que empezaron a pasar dos
semanas antes de navidad y continúan pasando no sabemos hasta cuándo, sumarían
miles de cajas de cerveza, para llenar centenares de piscinas, millones de
estómagos y muchas lagunas de oxidación con los orines de miles de borrachos
que festejaron y seguirán festejando en estos días. Los auspicios de estas
cervecerías usted los verá hasta en la sopa, el oro que extrae Yanacocha y el
que produciría Conga (no va), es una propina frente a los caudales de dinero en
efectivo, constante y sonante que a diario «cosechan» estas cervecerías y a la
que los grandes fiscalizadores de la gran prensa cómplice de la perdición y fin
de la humanidad no los tocan, son
las vacas sagradas de nuestra economía, empezando por SUNAT y Contraloría; pero
que ¡Nor Oriente! se atrase un poquito con el pago de sus contribuciones?...allí
no hay contemplaciones...¡Que sigan los festejos!...
Salvo mejor parecer.
Nororientalmente:
EL DIRECTOR.
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