En estos días, las fiestas o reuniones que no se hicieron en casa,
se trasladan a los cementerios.
Habría que acudir a especialistas para
definir nuestra idiosin crasia: o somos masoquistas, fetiches o simplemente,
esclavos de las tradiciones y costumbres que, A PESAR de ver y saber que a
quienes enterramos o sepultamos les llamamos «restos», «despojos» mortales, nos
olvidamos de eso y seguimos creyendo que
allí está bajo esa lápida o esa tumba. Allí le llevan flores, le prenden
velas. En los casos de más extremo folklorismo, les llevan músicos, rezadores,
sus potajes favoritos que solía comer el finado, etc.
Visitar un cementerio en días como éstos,
resulta un tanto divertido para mirar y admirar hasta dónde llegan nuestros
congéneres, que irónicamente, cuando en vida tenían a sus seres queridos; raros
o muy pocos le amaban o asistían como después de muertos y en el extremo de la
frivolidad, vea Ud. aquí nomás en nuestro cementerio de Fila Alta, cómo hay
ciertas familias pudientes que ya tienen (aunque sea vacíos) sus mausoleos disqué
en los que se sepultará toda la familia. Un poco más y tenemos revividos a los
faraones a los señores de «Sipán», con tumbas reales en las que pedirán ser
enterrados con sus concubinas, sus mascotas y hasta con el vecino o la vecina
de enfrente, si hubo algún vínculo por allí.
De tal
estultez se aprovechan los avivatos de la Beneficencia Pública de Jaén y
pregunte Ud. cuánto cuesta un «solar» para un difunto y cuánto para dos o
varios, precio similar a un solar en el centro de la ciudad, por todo lo cual,
fluyen las siguientes interrogantes: ¿Sabrá el finadito que está «descansando»
en un cómodo ambiente? ¿Escuchará o sentirá que le están rezando? Sus
esqueletos momificados con el tiempo ¿Sentirán lo que sus familiares pretenden
hacerles escuchar? ¿Hasta cuándo vamos a seguir mirando que los muertos
entierran a sus muertos? (Lucas 9: 60)
Nororientalmente:
EL DIRECTOR.
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