De los pocos trabajos de
investigación histórica y antropológica de nuestras comunidades nativas
awajun-huam pis, entendí que su identificación, distinción o presencia en el
contexto social nacional, siempre tuvo una particularidad que sin que lo digan,
ya se sabía quiénes son y de dónde proceden. Así como de los árabes su
turbante, de los andinos el poncho o el sombrero, de los nativos de nuestra
selva de Condorcanqui, determinada indumentaria hasta fue considerada de
carácter sagrado, como por ejemplo el «chimpuy», banco de madera confeccionado
del tronco de una sola pieza, era algo así como el trono en el que solamente se
sentaban los «Kakajam», es decir los altos jefes o apus, de igual modo, la corona de plumas de guacamayo o pinsha
(tucán-tawas), antiguamente no se la ponía cualquiera.
Pero con el transcurrir del tiempo, ahora
cualquier hijo de vecino awajun-wampis, mestizos o foráneos, se la ponen para
buscar llamar la atención o publicitar
algún negocio de resinas o cortezas medicinales.
Sin embargo, hay otras personas de estas
etnias que han empezado a usar estos distintivos tradicionales que debieron ser
SAGRADOS, ahora, se ponen o se disfrazan para servir algo así como muñecos de
propaganda política en favor de tal o cual candidato; por lo que, los líderes
que ahora están en pleno proceso de ORGANIZARSE como nación o como Estado,
deberían centrar su interés para impedir no se atropelle a estos emblemas o símbolos sagrados para ser
utilizados como pancartas de propaganda
electoral. Así como han tomado acuerdos para no votar por ningún candidato,
también deben incluir en esos acuerdos la terminante prohibición para que se
exhiban contrabandeando la identidad de las naciones indígenas.
Nororientalmente: EL DIRECTOR.
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