No hay difunto malo
Y ya se ha hecho una prostituida costumbre eso de lamentarse y
elogiar por el finado, coronándolo de laureles y perfumados discursos, cuan do
en vida era todo distinto para el
difunto.
Desde este lugar, vimos con repugnancia la
dureza salvaje de una derecha rabiosa en el Congreso de cómo se ensañaron con
Javier, pese a que había hecho público el mal que le estaba quitando la vida.
No cabe duda que ese salvajismo que le llaman «juegos de la democracia», le
aceleró su muerte y como para reconfirmar su brutalidad, el grupo de los 55
salvajes, se fueron contra el Juez que les pidió levantarle la sanción y
amenazaron iniciarle acciones para que les respete sus «fueros» de
parlamentarios ¡Qué bestias!...Nos alegramos mucho cuando los familiares de
Javier, publicaron una lista de LOS INDESEABLES de presencia repugnante en su
velorio y entre esos, estuvo el congresista nacionalista de Jaén, Altamirano
Llatas ¡Qué vergüenza! Por lo demás, nunca dejaré de tener en cuenta las
recomendaciones del gran pensador colombiano José María Vargas Vila,
adelantándose a su muerte pidió que lo sepulten en cualquier cementerio (si se
pudiera), que no le pongan cruz, ni coronas y ningún epitafio ¿Para qué? A los
que viven en Lima o a los que hayan ido al Cementerio El Ángel, verán allí la
cripta de Ricardo Palma, en completas ruinas, rajadas sus estructuras y
totalmente abandonados los restos de aquel ilustre difunto peruano.
Desde ya, si la «pelona» interrumpiera mi
tránsito en esta fugaz existencia, ésa misma ha de ser mi voluntad: sin
ceremonias, sin discursos, sin mermeleros, sin oportunistas peliculeros,
hipócritas; porque no se vive en los cementerios, si no en las conciencias que
se labran con las acciones cotidianas de dignidad y servicio a la humanidad.
Salvo mejor parecer.
Nororientalmente:
EL DIRECTOR.
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