Imposible dudar de las
buenísimas intenciones de este gobierno al colocarle a este año, por sugerencia
directa y pública de la primera dama: «año internacional de la quinua».
Que sea «internacional», no lo dudamos; pero
que a una mayoría de los peruanos nos haga cambiar el hábito alimenticio del
arroz, la yuca o la papa, por la quinua, eso sí está para verse.
En primer lugar, sería materialmente
imposible que las pocas áreas de cultivo de este micro-cereal puedan cubrir la
demanda de los 30 millones de peruanos, no alcanzaría ni a la cuarta parte.
En segundo lugar, hablemos del Perú Norte,
desde Ancash hasta Tumbes incluyendo los departamentos de la sierra y selva,
sus pobladores en un 99 por ciento jamás tuvieron el hábito de alimentarse con
quinua y mucho menos, conocer sus diversas preparaciones que desde luego, no
han sido suficientes verlos por la pantalla chica en festivales gastronómicos
efectuados en Lima.
Con la quinua se identifican las poblaciones
andinas mayoritariamente aymaras, le siguen quechuas, lo mismo que con la coca,
de allí para el resto de peruanos, no vemos la posibilidad de que aprendan
primero a saborear, después a preparar quinua en sus diversas modalidades
culinarias, claro están las virtuosas propiedades nutritivas que posee, pero de
allí a que dejen el arroz y coman quinua, ni siquiera lo han conseguido con el
trigo; pero en materia política y con los discursos todo se escucha bonito.
Suponemos la avalancha publicitaria que tendremos este año para que nos
convenzan que la quinua en puré, masacota, o aderezada es bien rica y ya vemos
a los niños de las instituciones educativas, que serán lo primeros en probar,
llegar a sus casas a protestar por el desagradable fiambre escolar, etc. Pero
no nos preocupemos tanto, que eso de la quinua este año, es un apodo más que le
dan siempre y desde hace mucho tiempo, a los 357 días que nos esperan. Salvo
mejor parecer.
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