CAPÍTULO VIII
Escribe: S. Alejandro
Carrascal Carrasco: Profesor de profesores Bilingües - año 1975-1980.
Y DESTRUYERON TODO
Para no perder el hilo de nuestro informe
histórico respecto a los «Bravos Pakamuros». En aquellos tiempos de aquel GRAN
ATAQUE, ya no figuraban en el escenario estos «bravos Pakamuros», si nos
atenemos a las tradiciones, cuentos o leyendas. La destrucción de Jaén español
fue obra de los aguarunas y huambisas.
Para no perder el hilo de esta trama de
investigación, las tradiciones coinciden en señalar que el hijo de un apu de
nombre Sharián o Shajián, fue atacado y su cadáver tirado al río Marañón y fue
encontrado flotando por las inmediaciones de Chiriaco. Se presenta aquí una
incongruencia en el sentido que, dicha muerte no se produjo en la ciudad de
Jaén antigua, porque traerlo a botar al río Marañón desde arriba donde se
ubicaba, implicaban un promedio de 4 horas de caminata, tranquilamente lo
hubiese dejado por esos lugares; PERO, no olvidarse también que en el actual
delta o abanico que conforman la unión de los ríos Chinchipe y Marañón, antes
del Pongo Rentema, existía también otro pueblo mencionado con insistencia por
historiadores, al que no llegó Antonio Raymondi, nos referimos a TOMEPENDA, por
lo que, se puede deducir que la reyerta en la que murió el joven hijo del líder
awajun, sucedió en Tomependa.
Aquí nos detendremos un poquito para
recalcar que en casi todas las recopilaciones respecto a este episodio de la
destrucción de Jaén de Bracamoros, los ancianos awajun han coincidido desde sus
diversas ubicaciones, en señalar que el motivo para el levantamiento de
aquellos pueblos fue por esa razón; sin embargo, no podríamos dejar de lado las
otras poderosas razones que señalan los diversos cronistas e historiadores que
se ocuparon de este tema, me refiero a los abusos de los encomenderos o
gobernadores de la ciudad para recabar los tributos «para el rey», pues tales
excesos se produjeron desde el mismo
momento histórico que se instalaron los españoles en lo que hoy es «El Molino»
(sector del distrito de Santa Rosa), teniendo en cuenta la existencia de
grandes sectores auríferos en las playas del Chinchipe y Marañón, así como los socavones de Pacuyaku, entre
otros.
Volvemos a colocarnos en el marco de las
tradiciones recogidas. Los españoles en Jaén
habían desarrollado enormemente, tanto en el sector agropecuario, como
el industrial. Tal como se menciona en apuntes de historiadores, esta ciudad
alcanzó «gran nombradía» («El Perú» de Antonio Raymondi), cuya fama se
conocía en Europa; aquí se fabricaban
herramientas de labranza y el hecho mismo de haber empedrado sus calles y haber
construido un enorme templo católico, ya dice lo suficiente de sus adelantos
urbanísticos, pues por el centro de esta ciudad
pasaba el camino troncal que va a Quito, pasando por Valladolid-Loja,
dicho camino, aún se conserva en prolongados tramos y ha sido respetado (no
invadido ni modificado) por todas las generaciones que se instalaron en estos
lugares desde antes y después de aquel Jaén de Bracamoros, que cualquiera puede
comprobarlo hasta en la actualidad sigue
sirviendo al tránsito de herradura.
En este panorama nos ubicamos para dar paso al
siguiente episodio que es apasionante y fue motivo del tema central para la
tesis de graduación del autor de la presente en su carrera de Pedagogía,
especialidad Historia y Geografía, año 1971.
Por razones de espacio, obviaremos los mapas
de rigor, pero entramos a la ubicación del tiempo: Jaén de Bracamoros
«desapareció» en los años 1780 a 1800. Ojalá que algún inquieto investigador,
más minucioso que todos los que nos ocupamos de este hecho histórico, nos den
más luces y podamos saber con más certeza sobre el pasado de la ciudad que hoy
centra nuestra atención.
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